En octubre de 1974 Pablo VI se dirigía a los miembros del Consejo de Laicos y les interpelaba con aquellas palabras que tantas veces hemos recordado desde entonces: “Al hombre de nuestro tiempo le gusta escuchar más a los testigos que a los maestros; y si escucha a los maestros es porque descubre en ellos a los testigos”
El 21 de marzo de ese mismo año Pedro Poveda era considerado por la UNESCO “pedagogo y humanista”, incluido así entre las “personalidades eminentes en el campo de la educación, de la ciencia y de la cultura”. Paul Poupard, en ese tiempo Rector del Instituto Católico de París, culminaba aquella solemne sesión apuntando al horizonte que había dejado abierto el sacerdote español: “Su pensamiento y su acción –dijo- se extienden por encima de toda frontera y su mensaje se transmite hoy en todos los continentes… Educadores, científicos, cristianos comprometidos a todos los niveles en una profunda acción social y cultural, prosiguen el camino emprendido por Pedro Poveda.
Poveda nació en Linares, una ciudad andaluza en la provincia de Jaén el 3 de diciembre de 1874. Naturalmente propositivo, a sus 14 años decidió estudiar en el Seminario de Jaén con la consiguiente oposición de su padre que pensaba enviarlo a Madrid a un Colegio Internacional regentado por D. Nicolás Salmerón, figura señera del republicanismo español más genuino.
La inquietud intelectual que le impulsó a completar su Licenciatura en Teología, incluso fuera de la Diócesis, se fusionó muy pronto con una seria inquietud social apoyada con firmeza en los planteamientos pontificios y en la doctrina renovadora de León XIII. Inquietud social que se proyectó con rapidez admirable en la zona más marginal de la ciudad.
Asombra pensar la cantidad de veces que nos asomamos a la vida de los santos a través de momentos fronterizos de incertidumbres y oscuridad. La biografía de Poveda nos muestra este ángulo en la difícil coyuntura previa a sus años de Covadonga. Covadonga, un santuario- basílica en el Norte de España, distante de aquel Sur tan familiar al que llegó con 32 años recientes y dónde se le abrirían horizontes insospechados.
Merece la pena destacar el despierto y agudo interés con que el joven sacerdote andaluz percibía desde allí las novedades que afectaban de un modo o de otro al mundo de la enseñanza y la educación. La privilegiada situación de Covadonga, equidistante de Oviedo y Gijón, le permitía observar la complementaria actividad de aquel triángulo interesantísimo que aunaba espiritualidad, cultura y finanzas. Una visión de conjunto que agudizó su percepción de la problemática social y que abrió definitivamente su horizonte, un horizonte que maduraba con su propia personalidad. En Covadonga, entre 1906 y 1913, vivió años de “vida intensa” y que “dieron mucho de sí” como expresaría años después cuando la perspectiva del tiempo le permitió contemplar de golpe todos sus elementos de sentido.
Desde Covadonga se atrevió a dar forma a todo un programa de alcance nacional, el Proyecto de una Institución Católica de Enseñanza destinada a “llevar la savia de la educación cristiana a las nuevas estructuras docentes que las transformaciones sociales y culturales de los tiempos modernos habían preparado”.
Fue aquel Proyecto punto de partida de una actividad incansable. Centros pedagógicos, Academias, publicaciones, apoyo resuelto al papel de la mujer en la cultura y en la sociedad, defensa de los valores de la familia, de la dignidad de los educadores, del derecho de los niños y jóvenes a una sólida educación, apuesta decidida por un mundo de valores eminentemente humanos y evangélicos. (Mª Asunción Ortiz. Doctora en Historia. 2013).
Para Poveda, educar es siempre un proceso dinámico, un proceso de crecimiento personal y social, donde se embarcan corresponsablemente todos los que intervienen en él.
Hay en la mirada de Poveda educador una clave sugerente para quienes asumen la difícil tarea de educar. García Roca la descubre como un elemento contracultural, una llamada a los ojos abiertos, una llamada a mirar detrás y más lejos desde el acogimiento cordial de lo que está cerca, muy cerca como la pobreza descubierta en las cuevas de Guadix. “¿qué es lo que veía Pedro Poveda?. Veía el frío del invierno por los callejones, veía los pies descalzos en las escuelas del Sagrado Corazón”.
Una mirada que se detiene en las personas y en sus circunstancias. “¿habéis pensado detenidamente en la situación en que se encuentran?” nos urge Poveda, hablando de las alumnas que frecuentaban los internados teresianos. Se trata de una “mirada que va más allá de la imagen, que provoca los cambios más profundos”.
Un espacio para compartir sueños.
Siempre me ha atraído la importancia que concede Poveda a la creación de climas educativos.
Lo que hoy consideramos como un elemento fundamental para el cambio de personas y organizaciones constituye, en sus escritos y en su obra el medio necesario para crecer, comunicarse, madurar, “humanizarse” en una palabra.
Las descripciones de lo que él deseaba para sus Academias, (instituciones pensadas para la formación del profesorado que concurriría a centros estatales) nos sugiere el porqué de ese interés. “Entendemos por Academia el establecimiento en que se instruye a los que han de consagrarse a la carrera de Magisterio; desearíamos que tuviesen la amenidad y alegría características de las de Atenas.
En estos centros, tal y cómo los imaginamos, es donde los profesores noveles, los que aspiran a serlo y los encanecidos en el saber y en las lides de la enseñanza podrán estudiar, practicar, escribir y conferenciar; en ellos podrán robustecerse los vínculos de fraternal amor, echar los cimientos para crear instituciones a favor del profesorado y establecer una verdadera solidaridad”.
Se trata de crear ambientes agradables, en los que las personas se encuentren a gusto, “como en su casa”. Quizá por ello, Poveda recurrirá al símil de la vida de familia, para ayudar a comprender a sus colaboradores la densidad de relaciones humanas así como su carácter informal y cercano que propicia el intercambio y los sueños en común.
Desde el aprendizaje dialógico que parece sugerir el texto de Poveda, las personas se atreven a soñar, a pensar que las cosas pueden llevarse a cabo de otra manera, a desarrollar procesos reflexivos que resultan muy necesarios hoy en nuestra sociedad de la información. “Hablad de esto entre vosotras. Pensad muy alto –sugiere a profesoras y alumnas de las primeras Academias- y manifestad con la mayor sencillez vuestros pensamientos cuando estéis reunidas. No califiquéis de disparate tal o cual aspiración por muy noble que sea o irrealizable que os parezca”.
¿Sueños?. La educación, desde esa perspectiva es también, y muy fundamentalmente, “apertura de la mente para acoger lo nuevo”. No resulta por ello extraño que en propuestas alternativas de carácter transformador, como las comunidades de aprendizaje, “la fase del sueño”, donde claustro, familias, alumnado y representantes del entorno, sueñan con la escuela que quieren, se constituya en un elemento clave para dinamizar el proceso.
Es cierto que Poveda sueña especialmente con un movimiento intelectual que transforme la sociedad de su tiempo. El estudio y la ciencia se convierten así en instrumentos indispensables. Pero no un estudio meramente erudito, no una ciencia al margen de la vida, sino a su servicio. Por ello promover un conocimiento pertinente se hace hoy, y especialmente hoy, tan necesario. Ahora bien, cuando este conocimiento ha de llenarse de sentido para nosotros mismos y para la sociedad, cuando nos ha de impulsar a un compromiso social transformador, necesitamos compartirlo, dialogarlo.
Este aprendizaje dialógico, en un clima que propicia la libertad y expansión de cada persona, es para Poveda, un camino para establecer una verdadera solidaridad. Pero exige de los educadores una actitud básica, un cambio en los roles tradicionales establecido. (Margarita Bartolomé. Facultad de Pedagogía Universidad de Barcelona).
Para Poveda, educar es siempre un proceso dinámico, un proceso de crecimiento personal y social, donde se embarcan corresponsablemente todos los que intervienen en él.
Sus escuelas son espacios para compartir sueños creando climas educativos para crecer, comunicarse, madurar y “humanizarse” en una palabra.
Se trata de crear ambientes agradables, en los que las personas se encuentren a gusto, “como en su casa”. Poveda compara la vida de familia con la escuela para ayudar a comprender a sus colaboradores la densidad de relaciones humanas que deben establecerse, así como su carácter informal y cercano para propiciar el intercambio y los proyectos en común.
En este clima se propicia la libertad y expansión de cada persona y es para Poveda el camino para establecer una verdadera solidaridad.